La historia del Programa está íntimamente ligada a la universidad, especialmente al inicio de un proyecto de investigación en el departamento de Psicología Educativa de la Universidad Javeriana, en la década de 1990 al 2000, cuando como tesis central del proyecto se planteó una asociación: la de las teorías del desarrollo infantil con las teorías de la pedagogía, algo así como que el conocimiento de las formas de pensar de los niños se convertiría por derecho propio en una clave para pensar la enseñanza y el aprendizaje; y esa fue justamente la semilla del Programa Letras que inicia en el fértil terreno la universidad.
Fue en ese medio cuando se recibieron las primeras versiones de las teorías del desarrollo, de dos autores que tenían ya renombre en Europa y el mundo occidental: Piaget y Vigotsky. Para la antigua psicología orientada a la clínica, es decir a las patologías, el tema de los niños inteligentes era una revolución. Las teorías de Piaget y Vigotsky le dieron una voltereta a esa disciplina, así como a las investigaciones locales que ya estaban iniciándose por aquí y por allá, en Europa primero y en Latinoamérica más tarde, que posteriormente retomamos en el departamento de esa facultad, y que serían un hito definitivo. Allí inició un proyecto de investigación llamado “la construcción de la lengua escrita en la escuela”, proyecto que se convirtió en la tierra en la que cayó la semilla del Programa Letras.
La gran revolución de la nueva rama de la psicología se puede resumir en una frase: “los niños piensan”. Parecía muy obvia y sencilla, pero en ese momento se pensaba que los niños eran adultos chiquitos que nada sabían y poco pensaban, que todo en ellos dependía de los adultos y la enseñanza. Sin embargo, las ideas de Vigotsky y Piaget estaban por cambiarlo todo. En ese momento, ese ciclo vital -como lo llamaría después Antanas Mockus- los niños no son adultos chiquitos, sino seres humanos en un momento diferente al de la vida de los adultos, con autonomía, formas, maneras y estructuras de pensamiento diferentes, tan consolidadas como para ser objeto de estudio de un área de la ciencia que se llamó la psicología evolutiva y de una línea que se vendría a conocer más adelante como las teorías del desarrollo.
Basados en lo anterior, se empezó a comprender que los niños, lejos de ser versiones reducidas de los adultos con la cabeza vacía, son seres humanos en una etapa de su vida con una forma peculiar, única y rara de mirar, entender, interpretar y significar el mundo. En otras y más precisas palabras, tenían teorías infantiles propias de su momento de desarrollo mental, las cuales habían pasado desapercibidas, seguramente porque con respecto a ellas, los niños hablaban poco, y además habían muy pocos adultos interlocutores -por no decir ninguno- que las hubiera descubierto. De manera que cuando ese misterioso hecho fue revelado por estos autores, se armó una revolución que se constituyó -como mencioné anteriormente-, en la rama de la psicología del desarrollo infantil, en la forma y vida del Departamento de Psicología en la Javeriana y posteriormente, en la base del futuro del Programa.
El boom mundial de las teorías del desarrollo se extendería por muchas áreas de la vida, una de ellas la de la escritura y la lectura. Primero la lectura, porque así se hablaba en esa época -cuando se decía que el niño aprende a leer queriendo decir que aprende a escribir-, y se extendió cuando un par de argentinas, Emilia Ferreiro y Ana Teberosky, viajaron a Ginebra donde estaba Piaget, a realizar su tesis de grado en escritura de los niños. Allí estudiaron la forma en que ellos perciben, piensan y ejecutan la escritura mucho antes de que les hubieran enseñado el código alfabético. Ellas fueron las pioneras en estudiar las escrituras infantiles y en su famoso libro “Los sistemas de escritura en el desarrollo del niño” contaron de esos modos en que los pequeños se relacionan con la escritura que llamaron sistemas, y que clasificaron en tres estadios. Fue con base en su trabajo que en un proyecto del departamento, nos dedicamos a investigar sobre estos mismos asuntos.
Investigar tal vez suena grandilocuente, porque más que todo nos dedicamos a comprobar si lo que decían las argentinas era cierto en el contexto colombiano, y para sorpresa de todos, sí lo era: los niños de Colombia como los de Argentina, Europa o África pensaban según las leyes de la psicología del desarrollo y escribían espontáneamente según los modos que ellas habían descrito en su libro. Existían escrituras infantiles, nada de preescrituras, eran escrituras con nombre y derecho propio, distintas a las de los adultos, pero cierta y plenamente escrituras; de modo que si eso era cierto, pues también tenía que suceder que la enseñanza a los niños se adecuara a ellos, y esa fue la consigna, la bandera del departamento y el origen del proyecto de la “construcción inicial de la escritura en la escuela”, en donde todo empezó a tener forma.
Pero ese comienzo no fue nada fácil, fue más bien tumultuoso ya que cuando fuimos a mirar los métodos tradicionales de enseñanza, era evidente que consideraban a los niños ignorantes, que se les debía enseñar como si fueran, no sé quién lo dijo “tabulas rasas”, es decir tablas limpias sin marcas previas; que se debían labrar y forjar hasta darles forma y contenido con el saber adulto a su manera, enseñando cosas en un orden, y de un modo que si bien era lógico para los adultos no tenía ningún sentido para las formas de pensar de los niños.
El conflicto con los métodos tradicionales que se inició fue duro y largo y difícil: atrincherados en los cursos de educación continuada y avalados por un ministerio de ese entonces -cosa rara con intenciones de innovar- empezamos a divulgar y a presentar esta nueva forma de pensar la educación en general y la de la lectura o si se quiere para ser más preciso la escritura y se oirían las primeras ideas, teorías y líneas metodológicas de lo que hoy es el Programa.
La primera aparición del Programa Letras separado de la universidad, sucede bajo la figura de asesorías que, yo como autor del Programa, prestaba a colegios con apertura que querían no ser típicos, que querían cambiar y acercarse a estos nuevos descubrimientos, casi siempre porque sus rectores, pero sobre todo rectoras, eran inquietas y hacían maestrías y leían y empezaron por la vía académica a conocer esta nueva tendencia.
Las asesorías fueron un momento clave de la historia, pero tenían su ciclo cumplido, pues no son sino discursos, cuentos, el cuento de lo que había pasado en la historia y en la práctica, un conjunto de recomendaciones morales sin herramientas del tipo: “hay que hacer”, “toca hacer”, “es mejor hacer”, pero con la debilidad de que en contra tenía ese discurso de años de tradición y las formas como las mismas maestras habían aprendido; así que el modelo de las asesorías empezó a fracasar, se quedó en otra bonita y nueva iniciativa de los innovadores que fracasaban ante el rigor de las instituciones y métodos tradicionales, de la “m” con la “a” y de “mi mamá me mima”.
Muchos años pasaron desde esa semilla, hasta llegar al Programa Letras actual, que ya no es asesoría, es un conjunto de teorías, métodos, herramientas y recursos para impulsar a los niños a aprender a escribir y a leer, con el código alfabético, con pasos y maneras cercanas a ellos, a sus modos de percibir y entender la escritura, y también divertidas para su idea de la diversión, sin perder el método: es decir el camino, el paso a paso, la jerarquía y la estructura. Esa es otra historia, que ya miraremos, la historia de cómo el discurso y las prácticas evolucionaron desde las asesorías hasta ser hoy un programa: el Programa Letras.